Estoy harto de esta vida


«Estoy harto de esta vida» me dijo mientras su mirada se dirigía al piso, me dejó sin palabras y lo único que pude hacer fue poner mi mano sobre su hombro, inmediatamente las lágrimas llenaron sus ojos y pude sentir su esfuerzo por no quebrarse pero fue inevitable. Lloró por unos minutos y mientras le alcanzaba un pañuelo dijo: «Gracias, por esto», aunque quería dar palabras que animaran no pude decir nada, solo sonreí y pude ver como en mi compañía encontró consuelo. Realmente aquella mañana no dije nada que pareciera valioso, no salieron de mi boca palabras llenas de sabiduría, solo callé, abracé y acompañé. 

También me he sentido así, he tenido días en los que solo quiero sentirme comprendido, escuchado y querido.

La Biblia nos invita con las siguientes palabras «Si alguno está alegre, alégrense con él; si alguno está triste, acompáñenlo en su tristeza» (Romanos 12:15 TLA), pero por alguna extraña razón las personas siempre tenemos la manía de hablar antes de escuchar, creemos que podemos dar respuestas y muchas veces nuestros interlocutores no buscan un consejo, sino solamente un amigo que puedo oír activamente, alguien que llore con el que llora y tenga una buena carcajada que haga sonora la amistad sincera, por eso hoy quiero invitarte a que hagamos realidad lo que la Palabra nos está desafiando a hacer ¡acompañemos! 

Y la multitud de personas se acercó a donde estaba él, llevaban a una mujer, la acusaban, hablaban de apedrearla, habían mucho gritos y señalamientos, las piedras estaban listas para practicar "la justicia". El maestro se puso de pie y vio a los que atormentaban con los cuestionamientos y los puso en su lugar de inmediato, uno a uno se alejaban de allí avergonzados y enojados, prácticamente los dejaron solos. Jesús vio a la mujer y dijo: ¡Tampoco te condeno! ¡levántate y no peques más! (Juan 8:1-11). 

Empatía en el ambiente, ni siquiera puedo imaginar el llanto de alivio y palabras de aquella fémina al recibir esperanza del mismo mesías, no recibió un regaño, no la puso en disciplina, no la envió a un proceso de sanidad, tampoco fue indiferente, quiero imaginar al Jesús que conocí, que acercó su mano a la cabeza de aquella destrozada mujer y le dijo: «Hija, aquí estoy».

Muchas personas hoy mismo sienten frustración por las metas no alcanzadas, oportunidades perdidas, vacíos difíciles de asimilar que fueron provocados por la muerte de alguien que amaban, hay heridas sin sanar, engaños, falta de perdón, peso insoportable. Hoy podemos pedirle al Señor que nos de sabiduría para entender cuando necesitamos prestar nuestros oídos,  ofrecer nuestro hombro o extender nuestra mano, te garantizó que habrá tiempo para que hables y des consejos, para que cuentes que a ti también te pasó y animes a los demás para que encuentren la sanidad que necesitan, pero hoy es un buen día para acompañar, alegrarnos con el que se alegra y llorar con el que llora, los amigos no solo sermonean y te llaman a la reflexión, un amigo también sabe acompañar, sabe escuchar y todos necesitamos más de esos amigos que son como hermanos.

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