Mientras jugaba una “chamusca” con mis amigos, los veía saludarse a la puerta del templo, impecables, no había sonrisa en su rostro, tampoco eran muy amables, pero su facha y forma de moverse aparentaba una vida santa e inmaculada. Aunque nos veían allí todas las tardes, no recuerdo que se acercaran a saludarnos o a invitarnos a pasar.
Alguna vez los escuché hablar en sus reuniones, dirigir sus oraciones y hasta llegué a pensar “ellos tienen un nivel de conexión celestial”, sin duda, tenían una vida perfecta, sin problemas y 24 horas del día en oración y ayuno o algo parecido.
Yo tenía catorce años y estaba roto, desolado, necesitaba encontrar una solución a mi caos. Fue cuando un vecino se acercó para invitarme a una reunión en su casa, él no se veía como los otros cristianos, no hablaba como ellos y tampoco se vestía como ellos, era diferente, se veía menos santulón y sobretodo se acercó para hablarnos y bromear con nosotros un poco.
Aquella noche, en esa sala humilde pero cálida, Jesús entró a mi corazón y le dio un giro a mi vida. Comencé descubrir que la vida cristiana no es ajena a los problemas, que muchas veces hay risas, alegría y celebración, pero muchas otras veces hay escasez, lágrimas, tristeza, soledad; hay salud, pero también hay enfermedad.
Me di cuenta que aunque estaba en las reuniones, muchas veces estaba lidiando con pecados, con rencores, pero también supe que la Biblia y en la oración encontraba un descanso y fortaleza para continuar.
Descubrí que la perfección de la apariencia es solo una fachada y que en el interior la perfección sigue estando incompleta porque tengo una lucha con mi carne y esa “es una pulseada que dura una vida”.
Descubrí que la perfección de la apariencia es solo una fachada y que en el interior la perfección sigue estando incompleta.
Que mis palabras rebuscadas y oraciones adornadas, muchas veces tienen que ver más con la tradición que con mi verdadera devoción, que vestir de corbata no me acerca más a Dios, que es mi vida devocional lo que verdaderamente me conecta con Él, es dependencia, reconocer que es Él quien sacia mi necesidad. También conocí que orar y perseverar requiere un esfuerzo extra, que uno no siempre logra esa constancia y es parte de la lucha de cada día.
Mi vida no es perfecta porque me hice cristiano y voy a la congregación, no la hacen perfecta las canciones que canto o las reuniones a las que asisto, no es la corbata, el traje, tampoco la Biblia que llevo bajo el brazo, mi vida cambió porque me encontré con el Dios perfecto, con un amor perfecto que cubre multitud de pecados, me encontré con el que ha prometido terminar su buena obra en mí. No soy perfecto, pero en su perfecta gracia puede decir que soy salvo.
Hoy sé que ir a un templo y pretender encontrarme con gente perfecta es una linda falacia, lejos de la realidad, porque allí encontrarás cientos, miles, millones de cristianos con buenas intenciones pero con luchas diarias, llenos de imperfección, con virtudes y falencias humanas, pero que tienen esperanza en el Dios perfecto que sigue trabajando en ellos.
Detrás de la fachada humana que se transmite desde los templos, las redes sociales o desde donde sea, hay limitación marcada por el pecado y nos lleva con destino a la condenación, pero hay una perfecta historia, de un Rey que dejó su trono por amor, entregó su vida y su perfecta obra de redención se consumó con su resurrección. Por esa obra, aún en medio de mi imperfección puedo decir: ¡Gracias Jesús! Porque en medio de toda mi imperfección puedo disfrutar de un perfecto Salvador y con él, una "perfecta" vida cristiana.
Escrito por Julio Calo.
Derechos reservados.
1 Comentarios
Definitivamente cierto
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